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Foto del escritorPatricia Armendariz

Todos somos prisioneros de la pobreza.

Me asomo a las minas de arena que rodean San Cristóbal de Las Casas, en Chiapas. Ubico la cantera que está enfrente de Na Bolom, la asociación que presido a favor de la conservación de la naturaleza. Pido un Taxi y le solicito que me lleve allá. A los pies de la mina le pido al taxi que me espere, mientras visualmente ubico a los que están predando contra el hermoso cerro. Camino hacia ellos y tengo qué parar a varios metros apenas y puedo ver sus ojos que me retan diciendo: “sí, estoy sacando arena, de esto vivo. ¿Qué vas a hacerme?. Nada, me dije.


Atravieso el estero de Chocohuital, en la noche. De repente, las luces le indican al lanchero que haga un desvío de su ruta para evitar el trasmallo que está atravesando el estero, dicho trasmano prohibido por ley porque está atrapando indiscriminadamente a todos los peces que tratan de cruzarlo. Le pido al lanchero que me acerque y, otra vez, me encuentro los ojos desafiantes de la pobreza diciendo: “sí, estoy pescando así porque no tengo de otra para vivir. ¿Qué vas a hacer al respecto?. Nada, me vuelvo a decir impotentemente rendida.


Entrevistamos a un joven, no mayor de 30 años, que tiene un changarrito en las afueras de Cuajimalpa. Hace 15 años recibió en su pueblo en Oaxaca una llamada de un grupo sindicalizado, que tenía 24 horas para invadir esa tierra, que tenía derecho a 100 metros cuadrados pagaderos a un año durante el cual tenía que reunir 15,000 pesos para pagarle. El joven, de entonces, sembró en su nueva propiedad invadida por cientos como el, con cuatro palos y una lámina y se contrató como ayudante de una pollería, con lo que pudo ahorrar y construir su propia pollería donde dormía, mientras el pueblito se fue desarrollando con medios semejantes, hasta que tuvieron el desarrollo suficiente para pedir a la alcaldía servicios de luz, agua, calles. ¿Por qué lo hiciste? Pregunté. La respuesta ya la intuía: “En mi casa no había qué comer y ahora ya puedo mantener a mis padres, mi esposa y mis hijos”.


¿Con qué cara como sociedad podemos actuar en contra de ilícitos de la pobreza? Yo, con ninguna.


Mi deber como ciudadana próspera es aportar todo lo que pueda para aliviarla. Mientras no lo hagamos, seremos prisioneros de esa pobreza que nos agobia, que nos enoja. Solo aliviarla con oportunidades de prosperidad para los pobres nos hará libres.

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