La escasez es el contexto de muchas de las grandes historias de éxito empresarial y social. Activa la creatividad de todo líder. Por el contrario, la abundancia suele generar pereza intelectual y mal uso de los recursos.
La escasez es el terreno más fértil para el emprendimiento. De entrada, despierta los sueños. En seguida, te empuja a buscar soluciones para realizarlos donde nadie las ha visto. Activa la creatividad y una muy particular fuerza de voluntad para superar los escollos en la ruta hacia la cima. Por eso está en el primer sitio entre los ocho poderes del emprendedor en los que creo y que promuevo con la convicción de la experiencia personal.
En retrospectiva, ese motor ha estado en cada uno de los momentos decisivos de mi crecimiento como emprendedora inversionista, mentora y sobre todo como persona. También, como economista y, en general, alguien que se interesa por los retos de la sociedad, veo que el principio de la escasez puede hacer lo mismo para un país o para el mundo. Ya lo ha hecho. Hay evidencia histórica al respecto y yo la tengo en mi trayectoria.
Me ha acompañado desde mi niñez, en Comitán, Chiapas. Nací en una de las selectas familias consideradas “de apellido”, como se decía entonces en una comunidad que sólo tenía unos 25 mil habitantes (hoy son más de 166 mil), pero con la particularidad de que no tenía dinero. Siempre digo que afortunadamente, porque eso hizo que nos rigiera la ley del esfuerzo y activó el poder de la escasez primero en términos de creatividad y enseguida, de esfuerzo. Por una simple razón: no quedaba de otra. Esa ley ha imperado en toda mi vida.
Para muchas de las cosas que quería, como un juguete o, después, estudiar en el extranjero, me topaba con una respuesta igualmente contundente: “no hay para eso”. Si lo quieres, tienes que trabajar para lograrlo e incluso, antes, inventar una alternativa. La escasez es un reto a la imaginación.
Nuevamente en retrospectiva, desde entonces he constatado el potencial de ejercer la opción de la creatividad, que es una necesidad y una capacidad inherente a la condición humana, para fabricar algo no necesariamente idéntico a lo que deseamos y no podemos obtener por falta del recurso económico, que al final nos provee de una satisfacción profunda que difícilmente llega y menos aún dura cuando las cosas se hacen sin inventiva o sin esfuerzo.
Mi primer emprendimiento fue cuando, de niña, para poder hacerme de unos centavos para fondear mis pasatiempos y aficiones empecé a recolectar pedazos de vajillas rotas para vendérselos a un señor que hacía mosaicos con incrustaciones para pisos. Con el poco dinero que me pagaba también me compraba mis chicles favoritos –Motita– y hasta ahora recuerdo gratamente el placer de comerlos, duplicado porque, como dicen, me lo había ganado.
El acceso limitado a los recursos materiales multiplica su disfrute, más aún cuando llegan con la creatividad y el trabajo. El mismo principio de escasez impulsó mi determinación y mi creatividad para, más tarde, irme a la Ciudad de México a estudiar actuaría y, después, a Inglaterra, becada para un posgrado en economía.
El principio de la tecnología y el emprendimiento
Lo mismo aplica para un país. Mi mentor y maestro del doctorado que hice después en la Universidad Columbia, Edmund Phelps, Premio Nobel de Economía 2006, mostró en su libro Mass Flourishing: How Grassroots Innovation Created Jobs, Challenge, and Change (2013) cómo la “gran depresión” de los años 30 hizo que muchísimas personas sacaran lo mejor de sí mismas para hacerse, por sí mismas, de mejores condiciones de vida a través de la innovación, con un sentimiento extendido de satisfacción.
Con la escasez, como motor de ingenio y determinación, la gente salía adelante y creaba grandes cosas en el camino, soluciones que difícilmente se encuentran –ni siquiera se buscan– en la abundancia, incluyendo algunas de las empresas y productos sin las cuales no podría entenderse la vida moderna. Motivó e impulso una gran era de cambio, en una historia de superación colectiva que podemos encontrar, con sus circunstancias específicas, en todo el mundo, incluyendo México.
En El alpinista de sueños cuento cómo en la postrevolución, con nuestro país inmerso en carencias agudas, se crearon, casi de cero, las grandes instituciones que transformaron al país: emprendimiento que en el sector público creo desde el IMSS hasta el Banco de México; en el privado, empresas como Bimbo o lo que hoy es Cemex. Casi 50 años con problemas y muchos rezagos, pero de franco avance.
Fueron años en que, como en mi niñez, en Comitán, y mis días de estudiante en la capital y en el extranjero, el “no hay para eso” era la respuesta habitual, pero abundaban las oportunidades. En cambio, en los años 70, con la abundancia aparente que generó el petróleo y el derroche que sobrevino se comenzó a cocinar la crisis y el estancamiento económico que dieron como resultado un crecimiento per cápita casi nulo en términos reales por décadas.
Los sueños se alimentan de la escasez, que también es un camino. Impulsa lo mejor de los pueblos, tanto como de las personas, para crear, como yo lo he vivido desde muy pequeña. Al cumplir esos sueños, forjamos nuestra grandeza como seres humanos.
La inventiva y la determinación afloran con la escasez. A partir de ella conseguí convencer a un consejo mexicano y a uno británico de becas que valía la pena financiar a una actuaria para estudiar economía, aunque mi inglés distara mucho de la perfección. Me hice de un lugar en un ámbito financiero dominantemente masculino. Cuando vivía en Nueva York, mientras hacía mi doctorado y crecían mis hijas, escarbé una ladera atrás de la casa por mi sueño de tener un jardín e iba a boutiques de alto diseño en Manhattan para luego buscar botones y telas en tiendas de segunda mano para hacerme yo misma la ropa, rara e insólita, que me gusta. Así, hoy quiero apoyar a miles de emprendedores a escalar sus propias montañas.
Ahora que releo el Alpinista de sueños, pienso que la escasez es el motor esencial del emprendimiento desde los tiempos de la prehistoria. Hay un hermoso ensayo del gran historiador mexicano Edmundo O’Gorman sobre el surgimiento y el desarrollo de la tecnología, que precisamente habla de la necesidad como fuente de creación que llevó a nuestros antepasados a desarrollar los primeros utensilios para cortar madera o fruta, cazar e incluso para dominar el fuego. Llega a decir que la precariedad es la razón de ser de la tecnología.
Ante tantos problemas y retos en México, como en el mundo, sobre esas bases se renueva mi confianza en la capacidad de superarlos y en el emprendimiento.
Recursividad
En mi experiencia con los maravillosos emprendedores jóvenes que tengo la oportunidad de conocer, como ha sido en Shark Tank, siempre me he encontrado con una actitud: los emprendedores queremos comernos de una sola tarascada el trayecto de emprender, como si las oportunidades y las ideas que nos mueven anularan la condición de escasez con la que casi todos empezamos. Y cuando ésta, además de motivadora, puede y debe ser la gran maestra de sensatez y organización que requerimos para sacar adelante nuestros proyectos.
He sido testigo de muchísimos casos en que la abundancia, real o percibida, es el principal detonante del fracaso. Por ejemplo, cuando hay recursos o financiamiento que llega fácil, puede hacer que un emprendedor se gaste todo en inventario como si tuviera la demanda asegurada. Así, puede caer como el cohete que consume todo su combustible en el despegue.
Yo suelo aconsejar empezar con poquito, como si no tuvieras recursos, aunque los haya, para no agotarlos a destiempo y tronar. El financiamiento llega, tarde o temprano, cuando la idea, el plan, la disciplina y el equipo son buenos.
Hábitos como la disciplina, el orden, el manejo del tiempo y la planeación son básicos. Quien escucha y asimila las señales de la escasez termina por agradecerlo, más aún porque ésta no sólo atañe al dinero, sino también al tiempo con que contamos, que puede ser el recurso más valioso, por escaso y perecedero. Eso enseña la escasez, además de desatar la creatividad. Cuando tienes que sacar las tareas esenciales adelante, pero hay muchas cosas que jalan tu atención, en algún momento tendrás que asumir que no queda de otra: debes enfocarte o fracasarás.
La escasez te obliga a encontrar recursos en las minas del ingenio, fuerza, capacidad de organización, cuando no están disponibles a la carta. Te hace resiliente. Me he llegado a ver como una “recursividad con patas” al recordar lo que he logrado y al afrontar lo que quiero hacer a partir de sacar recursos de la precariedad. Es un recurso ilimitado. Lo ocupan diariamente millones de personas para vivir y sacar adelante a los suyos. Para emprender, es una base.
Me lo ha enseñado la vida, desde que era niña, con mis éxitos y caídas. Lo aprendí de mis papás y mi familia, de los mentores y ejemplos que he tenido la fortuna de conocer y también de mis hijas y de muchísimos alpinistas de sueños de todas las edades y condiciones sociales.
Recuerdo un momento en que, por diversas circunstancias, mi familia quedó sin casa y nos vimos en la necesidad de irnos a San Cristóbal de las Casas a vivir a casa de mi abuela, que sólo pudo ofrecernos una pequeña bodega donde dormíamos todos juntos. En el momento difícil, ese espacio se convirtió en un lugar de encuentro y charlas nocturnas donde compartíamos sueños, aventuras, miedos y anécdotas, lo que nos dio la unión que hasta ahora nos caracteriza. Bendita escasez, ¡cuántas cosas tengo que agradecerle!
Sigo aprendiendo. A mí, la escasez me hizo imparable, despertó mi creatividad y me impuso una disciplina para lograr mis aspiraciones. Ha hecho de mi vida un sendero disfrutable y sigue siendo una sabia maestra porque siempre hay nuevas montañas por escalar.